De singular significación arquitectónica, se considera Piedra Angular de la Catedral. Se sitúa en el corazón de la Torre de las Campanas y fue apuntalada y reforzada en el siglo XVIII tras el incendio de 1705 y el terremoto de 1755 como soporte de la Catedral.
Estancia de grandes dimensiones y abovedada, testigo de los acontecimientos trágicos del siglo XVIII y del trabajo de cantería. Piedras ennegrecidas por el incendio, grietas del terremoto, marcas de canterías, huecos de las vigas, cinchos interiores… refuerzan su espectacularidad.
En ella se encuentra el privilegio más antiguo de Salamanca (1102) y documentos relacionados con la época de la construcción de la Catedral Vieja (ss. XII-XV).
El trazado de Santa María de la Sede, o Catedral Vieja, incluía dos torres a los pies. La de menor altura, la Torre Mocha, destinada a la defensa del recinto; y la segunda, de mayor altura, la destinada a la Torre de las Campanas. La Sala de la Bóveda se sitúa en el corazón de esta última.
De notables dimensiones, está cubierta con bóveda de cañón apuntado, con arco fajón al medio y nervaduras adosadas a los muros, que nacen a media altura sobre ménsulas. Los muros y bóveda están construidos con sillería de piedra arenisca de Villamayor, con huellas de labra y marcas de cantero.
En tres de sus muros, encontramos parejas de ventanas abocinadas, que fueron macizadas tras el incendio de 1705 y el terremoto de Lisboa de 1755, del que se proyecta una simulación en uno de los muros.
Junto a estas huellas, dos enormes troncos apuntalan la sala, además de diversos cinchos o grapas que tienen como fin reforzar la estructura de la estancia y del resto de la Torre de las Campanas.
El incendio de la Torre de las Campanas en 1705 causado por un rayo, convirtió la Torre en un horno, reventando los muros y dejando las señales que hoy contemplamos, destruyendo el cuerpo superior y fundiendo alguna campana. El maestro Pantaleón Pontón Setién reparó la torre y continuó con el recrecido de su altura, añadiendo el cuerpo superior a partir del nivel de la cornisa. Al poco tiempo, el sobrepeso del remate barroco ocasionó la ruina del fuste románico, que vino a agravar posteriormente el terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755.
Para su restauración, fueron consultados diversos maestros, aceptándose la propuesta de Baltasar Devretón, que fue ejecutada por el joven Jerónimo García de Quiñones.
Es un espacio habitado durante siglos, donde los campaneros y otros dependientes de la Catedral, junto con sus familias, construyeron su tiempo histórico y compartieron vivencias.